Vámono otra ve, ¡miarma!
Bueno, pues como decía, después del trabajo tan bien hecho que habíamos logrado, llego la primera gran decepción. Era el tercer año que sacábamos el pasopalio y el segundo del pasocristo.
En la tarde del día grande y una vez que ya estábamos igualados, recordar que entonces éramos seis o siete hombres por palo, el capataz del palio, en la entrada de la iglesia, dijo que dejaran entrar a algún costalero, no recuerdo cuantos, que no habían hecho los ensayos, que no traían papeletas de sitio ni habían igualado siquiera. No los dejaron entrar y se formó el consiguiente revuelo.
Aparecieron el Hermano Mayor, el Fiscal y algún otro oficial para tratar de hacer entrar en razón al capataz. Nada, no había arreglo y, aunque hasta entonces parecía que todos íbamos a una, hubo costaleros que tomaron partido por el capataz y otros, claro está, por la postura de la junta de gobierno.
El capataz era, y afortunadamente es, muy buena gente pero un hombre de carácter duro y reacciones un tanto irascibles o desafortunadas. Esto anterior, posteriormente, le planteo problemas en otras muchas cofradías donde hizo muy buenos trabajos pero de casi todas salio mal. Hoy sólo le queda una cofradía de Gloria en Sevilla, que yo sepa al menos. Allí, aquella tarde, “terminó de arreglarlo” cuando se quito la medalla de la Hermandad que llevaba puesta y la tiro al suelo; para muchos de nosotros fue uno de los momentos más violentos de los que nos ha tocado vivir en la vida de Hermandad.
Se solventó el problema como se pudo y él, el que había tirado y despreciado una medalla de la Hermandad, mandó en el paso para disgusto de muchos costaleros de los que íbamos aquella tarde. Afortunadamente, cuando pasó aquella Semana Santa fue despedido y con él se fueron un buen número de costaleros; gracias a Dios no pasó nada que no fuera previsible qué pasara y que tuviera arreglo con más trabajo.
Me temo que este fue el primer incidente grave que se vivió en el incipiente mundo de los costaleros hermanos. Desgraciadamente las Hermandades no aprendieron de aquel incidente, quizá porque se oculto en demasía, y se siguió dejando que todo el que despuntara por algo en este movimiento tomara un protagonismo desmesurado. También contribuyó a que las Cofradías y su mundo empezaran a ser interesante para los medios de comunicación y, sobre todo, que empezaran a participar mayoritariamente los hermanos en la vida intima de las Hermandades.
Recuerdo que en mi Hermandad, antes del movimiento de los costaleros y de las circunstancias relatadas en el párrafo anterior, la asistencia diaria era de unos pocos hermanos y de entre estos pocos casi ningún oficial de junta. Todo era mucho más “fácil para los que mandaban”. ¿Quien sería el próximo Hermano Mayor?, se decidía entre unos pocos. ¿Quienes serían los componentes de una junta?, igual. ¿Qué ropa se pondría a las Imágenes?, para qué hablar; etc., etc. Cuando comienza este movimiento todo cambia y empieza a masificarse, ya no es tan fácil poner de acuerdo a los hermanos y por lo tanto comienza el trafico de influencias, Desgraciadamente esta necesidad de influencias se cubría a cambio de favores y otras tantas actitudes equivocadas y perjudiciales para las Hermandades que llegaron al punto de manipulación al que después se llego y que tan perjudicial ha sido para muchas Hermandades.
En aquel caso la junta de gobierno apostó por hombres de la casa para que continuaran con la cuadrilla del palio, como había hecho cuando se creó la del Señor, por lo tanto uno de los capataces del Cristo paso al palio y seguimos en la línea de trabajo marcada aunque ya no con la insistencia de los tres ensayos a la semana ni tampoco con la “limpieza de miras” que empezó todo aquel movimiento que no fue otra que dar una solución airosa a un problema que se vislumbraba en el futuro inmediato: la falta de costaleros profesionales.
Pararse ahí; ahí queó, ¡miarma!
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