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28 ago 2017

¡UN MANOTAZO FRÍO, UN GOLPE HELADO!



De siempre tengo el defecto, entre los muchísimos que poseo, de dejarme influenciar demasiado por la primera impresión que me causan las personas. Ese defecto me ha llevado a perderme el contacto con grandes personas, que podrían haberme enseñado mucho y que, seguramente, habrían engrandecido mi personalidad. También tengo que decir que, como el orgullo insano no cuenta entre mis haberes de defectos, con algunas de estas personas he sabido rectificar a tiempo y eso me permite gozar de fructíferos amigos y conocidos que vivifican mi existir.
Quizá, una de las personas con las que más he sentido tener este defecto es con la persona a la que trato de rendir el pequeño homenaje que estás leyendo si has sido capaz de llegar hasta aquí: MANUEL RODRÍGUEZ CABRERA, para los que le conocíamos y queríamos: “LOLO CABRERA”. 
Seguramente dejándome llevar hace ya muchos años, por la aseveración que me hacía hace unos días Juan Pedro Casal, de “que los dos éramos iguales de feos y agrios” no frecuenté a Lolo; simplemente teníamos un trato de cortesía y hermandad: la consiguiente copa del camino o convivencia y poco más.
Desde hace unos años propiciada por Josemi, amigo común de ambos, con el que yo solía almorzar periódicamente, él quiso unirse a esas comidas y bendita la hora que lo hizo, pues ahí empecé a conocerlo profundamente y a gozar de su amistad. Era como aparentaba: valiente, desahogado, descarado, generoso y desprendido, atento, cariñoso, sincero, listo e inteligente y, sobre todo, lo que yo más le valoraba: sabía ser amigo y confidente atento, hablarte siempre desde su experiencia de vida y, sabiamente, nunca me dijo las palabras que tanto me joden: “te voy a dar un consejo”.
Hablamos mucho, los tres, de rocíos y Rocío. Rocío, la Señora, era un referente para él, pero sin mojigatería, por derecho, sin alharacas ni falsos golpes de pecho y sintiéndola como he conocido, afortunadamente, a muchos que la quieren y hablan como a una verdadera madre. También era un fijo en sus conversaciones el rocío y todo lo que lo conforma; pero creo que su tiempo ya había pasado. El rocío del que él hablaba, era un rocío con una gran carga de sentimientos, convivencias, bonhomía, bromas y saber estar que siempre había reinado en nuestra Hermandad de Sevilla. No quiero decir con esto que ya no exista, aunque sí sean otras las formas y maneras; como dice la sevillana: “el rocío no ha cambiado, sólo cambiaron los tiempos”.
Creo que, en nuestra Hermandad del Rocío de Sevilla, desgraciadamente, no se ha sabido aprovechar todo el caudal personal que ofrecía Lolo, igual ha sido temiendo a sus posibles reacciones en la contrariedad pues, como también indicaba, muy acertadamente de él, Juan Pedro: “en la ojana no tenía ni un pase”. Nunca le escuché una apetencia de cargo en la Hermandad, aunque se sentía orgulloso de su labor en el puesto de Alcalde Mayor de Carretas y, más orgullosos aún, de algunos de los jóvenes que le acompañaron en ese oficio. Creo que era una de las personas que no debe faltar en ninguna Junta de Gobierno, pues para mediar, atraer y sacar lo mejor de cada uno no había otro como él.
Ha dejado muchos compadres. Algunos ya no volverán a ser los mismos para nosotros cuando los veamos sin su presencia, pues con ellos hacías un todo indisoluble; para ellos, también, a partir de ahora seguro que su rocío será muy diferente. Igualmente ha dejado muchos “sobrinos” en primer grado y, más aún, en los descendientes de estos. Era fácil verle brillar los ojos cuando algunos de estos pequeños se acercaban a él y le daban un beso o le hacían una caricia, ahí “entregaba la cuchara”. También era fácil verle brillar los ojos cuando hablaba de su Chica, su perra bóxer, que tan buenos ratos le proporcionó y de la que le quedó tan marcado el recuerdo de su último entrecot y la mirada de su despedida, que llegó a hacerle renunciar al placer de tener y gozar de un nuevo compañero peludo.
Teníamos muchos “defectos” en común Lolo: Béticos, “rojos” como nos llama Juanón, o conscientes sociales como me gusta designarme a mí, republicanos, feos, no cantamos, no tocamos la guitarra, apenas bailamos, agrios, cascarrabias, poquita mano izquierda, llorones, etc. como te recordaba Juan Pedro, de nuevo, en un comentario por ahí en la página de Hermanos de Sevilla, pierde preocupación Lolo, ya me encargo yo de decirle “cabrón” en tu nombre cada vez que nos recuerde los defectos comunes, aunque, seguramente, no sabré decírselo con tu gracia.
Me hubiera gustado estar más cerca de ti en el final Lolo, pero entendía que era más importante tu intimidad que mi necesidad y, además, no me sentía capacitado para hacerlo. Es cierto que nunca creí que llegaría tu hora tan pronto, que habría una solución para tu mal, que podría tu ilusión por las muchas cosas que te quedaban por hacer, o que te sobrepondrías por el miedo que tenías por dejar sola a Celes, tu leal, fiel y amante compañera de toda una vida. No me lo quería creer Lolo y tuve necesidad de verte; y así lo hice con temor de que la imagen tuya que prevaleciera en mi recuerdo fuese la de tu cadáver, o la del último día que nos vimos en el hospital a primeros de agosto; pero no, gracias a Dios, te recuerdo sonriente, protestándole a Josemi cuando te pedía cita para el médico al que no querías ir, o bebiendo Tío Pepe, tinto de Carraovejas, Ramón Bilbao o Cocolubis de Constantina con queso “chachi” del que te gustaba a ti. Ahora me harías mucha falta Lolo, ahora que he conseguido la retirada laboral de la que tanto habíamos hablado, ahora que me encuentro solo y temeroso de la forma de vida que me viene, nueva completamente para mí.

Te echaré mucho de menos amigo, y siento mucho el tiempo que no te aproveché por torpeza y prejuicios. Que Nuestra Bendita Virgen del Rocío y Su Divino Hijo, sepan premiarte tu vida de rociero. 

1 comentario:

Anónimo dijo...

Bonita dedicatoria, preciosa.
Si que que le tenías que querer.
Un abrazo.
J. Rodríguez.