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17 jul 2011

REFLEXIONES DE UN CINCUENTON

Los que soléis pasar por aquí a leer mis ocurrencias, sabéis que suelo escribir de mi forma de actuar y afrontar la vida. No escribo, casi nunca, de hipótesis; lo hago tal como siento la vida y reflejando al cien por cien mi forma de actuar. Los que me conocéis personalmente lo sabéis.
Pues bien, hoy no será así, ya que muchas cosas de las que diré no soy capaz de hacerlas aun sabiendo que con mi actuación no sigo lo que me dice el corazón y el cerebro que debería hacer, os cuento: Hace dos días leía en el blog amigo del Dr. Celso Pareja Obregón, una entrada referente a lo que él llama: “la cosa devoradora”. Explica Celso en ella, la consulta de una paciente y la charla terapéutica posterior con esa misma señora y su marido. La entrada, como siempre todas las de Celso, y sus hermanas, está terriblemente bien escrita, es ágil y actual, más bien terriblemente actual, pues en ella está retratada la realidad de toda una generación. A esta generación, yo la llamo la sacrificada.
La generación sacrificada es la de los cincuentones que hemos tenido la suerte y desgracia de vivir una transición desde la España emergente de la desgracia de una guerra civil y la España de mentira y falsedad a la que nos han llevado unos gobiernos de políticos indolentes y mezquinos que se han preocupado más de llenarse los bolsillos y colocar a los suyos, que de desarrollar lo que hubiera sido un estado de bienestar y realidad del que nos pudiéramos haber beneficiado todos los españoles.
Mi generación creció sabiendo respetar a los mayores, sabiendo valorar lo poco que tenía, sin falsas vergüenzas y sin comparaciones de las realidades vividas, sin complejos de escaseces ni orgullos de pertenencias. Sabiendo compartir y reciclar, sí reciclar, ¿o no os acordáis del tío de las botellas que las cambiaba por globos; o del lañador con su recipiente de brazas y soldadores; del paragüero, zapatero o sillero? Hemos sabido querer a nuestros padres aunque no nos proporcionaran una vida regalada. Hemos valorado mucho lo poco que nos pudieron brindar, y deberíamos haber sido la generación que hubiera consolidado el estado de bienestar dentro de una Nación, País o Patria, que cada uno elija como la quiere llamar, moderna y consolidada.
¡Hemos fallado!
Hemos fallado y lo peor es que no tenemos perdón pues lo hemos hecho en lo fácil. Hemos fallado tanto y hemos sido tan malos para nosotros mismos, que no somos felices no por nuestros fracasos sino que nos minusvaloramos por los errores o fracasos de otros. Creo que esto anterior merece una explicación ya que tengo conciencia de no saberlo exponer bien y deberéis hacer un esfuerzo por entenderme. Ahora sí os hablo de mi caso particular: Nací en una casa de vecinos muy degradada, pero siempre agradecí a mis padres el que me dieran el mejor techo al que tuvieron acceso. Mi enseñanza se desarrollo en un colegio estatal y en la sección de gratuitos de los Escolapios, pero las desigualdades sociales y personales sufridas nunca lastraron mi mente ni me crearon traumas. Mi vestimenta y zapatos algunas veces fueron herencia de otros chavales del barrio mayores que yo o que sus padres tenían más medios económicos, pero ni ellos me lo refregaron, para humillarme, ni yo tuve nunca complejo de inferioridad por ello. Cuando decidí no estudiar y ponerme a trabajar no recibí ayuda de nadie y tuve que realizar muchos trabajos penosos, pero mi padre no me lo hizo parecer más fácil y hoy me siento orgulloso de haber salido por mi propio afán de superación y vida. La vivienda que ocupo es fruto de treinta y ocho años de sacrificio y haber ido prosperando poco a poco y pasito a pasito acercándome al sueño anhelado de vivir de nuevo en la Alfalfa, sueño que ya no se realizará a no ser que Dios ponga ayuda, pero siempre me he conformado y sentido feliz en el hogar que ha tocado en cada momento. No estrené un coche hasta los cuarenta años, eso que desde los treinta mi trabajo ha consistido en viajar comercialmente, pero siempre recuerdo con mucho cariño todas las anécdotas vividas con las tartanas que me han ido tocando llevar. Así podríamos seguir, haciendo un desglose de toda una vida que, aunque nada se parezca a la vuestra si coincidirá en los diversos periodos y en muchas de las circunstancias.
Tengo 55 años. Estoy felizmente casado. Tengo tres hijos maravillosos. Tengo un trabajo que me gusta y del que me siento orgulloso por haberlo conseguido como fruto del esfuerzo y estudio autodidáctico. He conseguido una estabilidad económica, no sin sacrificios ni escalones, que me permite vivir confortablemente. Tengo una vivienda digna dentro del casco antiguo. Le he procurado a mis hijos mayores la enseñanza que han querido lograr y al pequeño estamos en el esfuerzo de que también pueda conseguir lo que desea estudiar. Afortunadamente he aprendido a diferenciar la amistad de otras formas de convivencia con las personas y tengo pocos pero muy buenos amigos. Me siento querido y protegido por Dios y su Bendita Madre y por eso me siento tremendamente feliz y realizado.
En estos dos últimos párrafos está mi realidad y, creo que afortunadamente, la de una inmensa mayoría de componentes de mi generación. Salgo en este punto de mi particularidad y entro en la genérica de la exposición. Ahí está el problema y la desgracia, ¡ay!, de mi generación que aunque hemos conseguido muchos objetivos no somos completamente felices pues consideramos que necesitamos más.
Con la enumeración que he hecho yo tendría que estar tocando el violín por los tejados y azoteas de Sevilla entera, pero no. No tengo bastante porque para ser feliz plenamente tendría que tener más: Ser más joven; que mi matrimonio no hubiese tenido ningún tropezón; que mis hijos fuesen más altos, más delgados, más guapos y más inteligentes; un piso más grande y céntrico; tener un Título Académico otorgado por S.M. el Rey de España; un trabajo más cómodo y con el que ganara más dinero; codearme con Rey y “su corte”, con el yerno de Aznar y tomar copas con Josemi Rodríguez Sieiro y, sobre todo, que mis hijos lo tuvieran todo. Eso sí, sin esfuerzo ni sacrificio por su parte, porque mis hijos se lo merecen todo con lo bueno, lo listo y lo sano que son.
No nos sigamos equivocando. Realicémonos por nosotros mismos alegrándonos por nuestros éxitos y apenándonos y tratando de corregir nuestros fracasos. Pero los nuestros, no los de otros. Dejemos vivir su vida a nuestros hijos, ayudémoslos en lo que podamos pero no hipotequemos nuestra vida por la de ellos. Mostrémosle que en el esfuerzo y el sacrificio está el verdadero valor de lo conseguido. Enseñémosle que la felicidad no es un estado permanente de vida, sino que es una situación que se consigue aprovechando todos los pequeños momentos y detalles en los que se hace manifiesta. Vivamos la vida con intensidad y agradecimiento de lo que tenemos y disfrutamos y no en la permanente queja y anhelo de lo accesorio que no nos llega.
Sigo recordando a Facundo Cabral que decía: la felicidad no es un derecho sino un deber, porque si no eres feliz, estás amargando a todo el barrio.
Haz lo que amas y serás feliz, el que hace lo que ama está condenado al éxito, que llegará cuando deba llegar, porque lo que debe ser será y llegará naturalmente.
Decirme: estoy equivocado y debo cambiar o me consolido en mi pensamiento aunque después, como muchos de vosotros, no sea capaz de llevarlo a la práctica.
Comenten por favor, que sobre este tema si me interesa conocer el máximo de opiniones.
Abrazos y besos, miarmas.

18 comentarios:

Juanma dijo...

Uffff...mucha tela que cortar, Rafael. Nunca estaremos contentos...a veces creo que está bien que así sea y otras veces no tanto. Pero me parece que eso tiene difícil solución. Que somos así y, digamos, eso es lo que hay. Es casi imposible estar satisfecho y vivir en un mundo colmado de insatisfechos. Al final, somos uno más del grupo.

Me llega lejos la frase "no hipotequemos nuestras vidas por la de nuestros hijos". Ahí sí que hay que ser fuerte, querido amigo.

Un fuerte abrazo.

Lola Montalvo dijo...

Te digo lo mío...
Tengo 44 años. Vengo de un barrio humilde, Vallecas --hoy terriblemente famoso por otro hecho luctuoso que nos roba el honor a los que de allí procedemos y nos hace parecer navajeros sin piedad--. Mi familia fue humilde, a veces pobre. Llevé ropa heredada como tú. Durante varios años sólo tenía un pantalón de invierno que lavaba por la noche y me ponía por la mañana. Estudié mucho con becas y gracias al esfuerzo de mi familia sí saqué una carrera -durante un tiempo, trabajando y estudiando- de la que vivo hoy día y que me encanta. Estoy casada y tengo dos hijos magníficos a los que no doy todo lo que piden. No... Intento promover en ellos los mismos valores que me dieron mis padres a mi: esfuerzo, trabajo, respeto a los demás, sencillez, honestidad... humildad. Espero que ellos logren lo que sea, lo que sea, pero con su esfuerzo, que sean honrados, buenas personas, generosos con los demás, fuertes. No tengo la receta para lograrlo pero lucho día a día por que se haga realidad.
Soy feliz. Soy muy feliz... sólo hay un «pero». Mi marido está enfermo y lo estará toda la vida. Depende de un milagro del cielo el que recupere cierta «salud» y pueda despegarse de la máquina que le permite vivir con cierta normalidad, máquina a la que se engancha -le engancho- cinco veces a la semana, dos horas y media por sesión.
Sólo eso, Rafael. Pero soy feliz, me gusta mi vida, no miro atrás... hacia todo lo sufrido porque no sirve para nada. Miro hacia hoy, hacia ahora... no puedo mirar más allá. No puedo hacer planes porque la vida me ha demostrado que puede ser muy puta. Vivo. Vivo y escribo y hago lo que me gusta aunque mis libros no se publiquen por editoriales ni ganen premios ni sea famosa. Pero me leen. Disfruto de mis pocos y excelentes amigos, esos que están conmigo y me hacen sentir tan especial.
Sí, Rafael, soy feliz.
Besos miles
P.S. en lo de «escribir» no tienes nada que envidiar a nadie, Rafael. Escribes muy bien, muy bien, sí señor.

Anónimo dijo...

"Que mis hijos fuesen más altos, más delgados, más guapos y más inteligentes" eso lo veo difícil...

Os quejáis mucho los de vuestra quinta...

Imagina que tienes 28 años recién cumplidos. Imagina que tienes una formación que, con esta edad, está por encima del 80-90% de las personas que te rodean... teniendo en cuenta que esa formación no es sólo teórica, o no sólo es una nota en un expediente académico... sino que está acompañada de una experiencia práctica que has adquirido trabajando durante mucho tiempo por cuenta ajena sin ganar un duro... y trabajando por cuenta propia con el mismo resultado (porque fruto de la situación del mercado laborar, o te hacías autónomo, o te quedabas en casa).

Pues imagina que con eso:

- No tienes acceso a un puesto de trabajo digno (¿recuerdas tu última nómina de 80.000 pts? pues eso es a lo que aspiro yo en la calle, 500€; piensa en los años que han pasado)
- No tienes acceso a una vivienda digna, ni a tu independencia.
- No tienes acceso al sistema financiero (nadie te va a prestar ayuda económica más allá de tu familia)

Y lo peor de todo...

Todo en esta vida, por una simple cuestión de naturaleza y evolución, está enfocado a crecer, conocer a tu pareja y tener descendencia. ¿Cuantos hijos tenían los de tu quinta con mi edad?. En mi caso, la idea de crear una familia,vivir en pareja o tener hijos es impensable (y aunque en parte es por decisión propia, no es el elemento más importante de la ecuación).

En fin... sigo trabajando.

La gata Roma dijo...

Pues ahora no te creas que es fácil. Entiendo aquello de Sócrates de “Sólo sé que no sé nada”. Ahora que he acabado los exámenes, podría ser capaz de observar las conductas humanas desde un plano sociológico, antropológico, psicológico, económico y alguno más. Pero noto que sé menos que antes… Según mi cosecha y lo aprendido este año te diré que tu generación, y ese tú es generalizado, no quiere decir que sea tu caso, sintió la necesidad de dar a la generación siguiente todo lo que ellos no tuvieron. Lo complicado de esa conducta es encontrar el equilibrio, no es malo que yo tenga más pares de zapatos que los que mi madre tenía a mi edad, lo malo es no darle valor a ese hecho. Por otra parte, hay muchas formas de valorar y enseñar a valorar las cosas, la privación de ellas no es la única. De otra parte, piensa que mi generación no tiene la culpa, tenemos lo que se nos dio, si eso no va acompañado de un aprendizaje moral, mal vamos, pero nadie nace bueno o malo, es un proceso…
Por último, el inconformismo al que aludes, es un producto de la economía y los medios de comunicación con los que nos toca convivir. La creación capitalista de las clases medias, el sistema neoliberal y la sobreinformación nos hacen codiciar cosas que en otro contexto no querríamos, o no sabríamos ni que existen. Esa rara codicia también creo que nos ha llevado en parte a la crisis actual, sé que no es tu caso, y por suerte tampoco el de mi familia, pero sí conozco muchas otras que hoy en día se ven mal porque en su momento no prefirieron quedarse con el pájaro en mano, y se lanzaron al ciento volando.
Concluyendo, que ya me he alargado tela del telón que diría un amigo mío, como ya te han dicho, mi generación, esa que la tuya a veces envidia, también tiene sus propias dificultades. Yo a mi edad, tengo más titulación que mi madre cuando tenía la misma, tengo más libertad, y he viajado a más países… Sin embargo, mi madre a mi edad tenía un coche de segunda mano, un piso, un marido, una hija recién nacida y hacía más de nueve años que tenía un trabajo fijo… Pero no me cambiaría por ella a pesar de todo. Todas las generaciones se creen las más maltratadas por la vida, piensan que son las únicas que guardaban respetos y valores, y ven como regalada la vida que le dan a la generación siguiente… Con tiempo te buscaré un texto muy curioso de Platón que hay sobre la juventud si te interesa…
Lo dicho, cada uno en su tiempo tiene lo suyo… lo arduo es lidiar con lo que te toca, y no me enrollo más que esto es más largo que tu entrada.

Un beso

ANTONIO SIERRA ESCOBAR dijo...

Querido Rafael, tengo la misma edad y memoria de infancia idéntica a la tuya, aunque con la diferencia que fui el hijo menor y por supuesto más afortunado (mis hermanos trabajaban ya para la casa). Créeme que te envidio "piadosamente" por lo que te toca de luchador, ya que en mi caso las cosas fueron complicándose en cuestión de trabajo y yo no supe o no pude amoldarme a las circunstancias. En mi familia la luchadora de verdad fue y sigue siéndolo mi mujer y en este sentido, suscribo cada una de tus sentidas palabras sobre la generación que nos tocó vivir. Como siempre me has llegado. Un abrazo.

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Como afirmo en un punto de mi entrada, creo que no me he sabido explicar o al menos para los jóvenes pues, Lola, parece que ha captado bien mi idea.
El valor de vida que aludo no es el material, es el mental que no nos deja vivir o peor crea en nosotros un estado de ansiedad impropio y que no nos deja ser felices.
Igual, Juanma, hubiera sido más realista decir: no vivamos nuestras vidas midiéndonos en la de nuestros hijos.

Me alegro Lola por la felicidad que proclamas, aun teniendo escalones que superar en el día a día. No habría sido necesaria esa declaración pues está patente en tu forma de escribir. Creo que tú sí has sabido captar mejor lo que he querido decir y que aparentemente tan mal he expuesto.

En la primera frase creo que te has delatado anónimo, y creo saber quién está ahí en ese comentario. Perdona pero no mes has entendido; yo no me quejo por vosotros los jóvenes sino por nosotros, vuestros padres.
Como bien dice Mercedes después, nos equivocamos cuando quisimos suplir nuestras carencias y errores en vosotros y os dimos sin medida y sin preocuparnos de que conocierais el verdadero valor de las cosas. NO HABLO DE LO PERSONAL, ESTO QUE DESARROLLO NO ES MI EXPERIENCIA PERSONAL Y LO DEJO CLARO AL PRINCIPIO DE LA ENTRADA.
No tengo que imaginar nada, anónimo, lo veo, vivo y sufro a diario con mis hijos, sobre todo con Rafael, que tiene unas circunstancias excesivamente parecidas a las que tú relatas.

Está claro Gata que lo tenéis mucho más difícil que nosotros. En el mercado laboral sobre todo; hoy yo no hubiera tenido la posibilidad de situarme con la formación que tengo ni prosperar económicamente como he conseguido.
También tengo claro que la culpa no es vuestra. Pero no nos tenemos que mortificar y dejar de ser felices porque vosotros lo tengáis más complicado y esa es la triste realidad que están sufriendo muchas personas de mi generación.
Repito, gracias a Dios, no es una situación personal de la que hablo en esta entrada, pues mi vida en nada se parece a los que se mortifican y sufren.
Gracias por vuestros comentarios, besos y abrazos

No cogé ventaja, ¡miarma! dijo...

Gracias Antonio, hemos llegado al mismo tiempo. Lo entiendes por haberlo vivido no por como lo he expuesto que creo he confundido a algunos.
Un abrazo.

Juan Luis Franco Pelayo dijo...

Como siempre: interesante tu entrada y la gama de comentarios posteriores. Comparto cuanto dices por similitudes vivenciales. Mi madre lleva en Residencias para Mayores desde hace tres años. Escuchando a las personasl allí recluidas posiblemente este aprendiendo como nunca antes me ocurrió. Cada vida es un guión incompleto lleno de zozobras y alguna cuota de felicidad. Dios nos da un tiempo para emplearlo en vivir y lo malgastamos en batallitas insustanciales. Pelear es vivir y vivir es pelear. Que quienes te trataron te recuerden con afecto es lo más importante. Luego a la hora de pasar lista el Sumo Hacedor sabrá que nota ponernos. Buen nieto,hijo,hermano,padre, abuelo, amigo...todo se reduce a buscar la felicidad en la palma de las manos. Un abrazo.

La gata Roma dijo...

Yo no creo que te explicaras mal, en mi caso es que mi extenso comentario divaga muuuuucho, y va más allá de lo que tu expresas o se desborda por otros derroteros. Y lo dicho, tampoco me gusta pensar que mi generación lo tiene mucho peor, sí lo tiene más jodido en algunos sentidos, pero creo que se compensa en otros, o al menos es mi conclusión. La grandeza estará en encontrar la forma de adaptarnos a la jugada con las cartas que nos han tocado…

Besos otra vez

Lola Montalvo dijo...

Miarma, no creo que te explicaras mal... al contrario, creo que lo has expresado diáfano y cristalino. Yo lo tuve difícil, muchísimo, porque en mi época sólo podían estudiar los que tenían pelas. Hoy puede estudiar TODO el que lo desea... Tú has vivido tu vida, luchado por los tuyos, les has dado a tus hijos las «herramientas» para que se busquen la vida, que les costará y mucho. Porque hoy las cosas están jodidas a otros niveles. Cada uno tiene que bregar con la que le toca... No sirve de nada quejarse, sino luchar. A unos les cuesta más y otros tienen más facilidades. Así es esta puñetera vida. De eso, nosotros, los ciudadanos de a pie, los que tenemos nómina, NO tenemos la culpa.
Insisto, escribes muy bien, Rafael. Y tu mensaje está clarísimo.
Besos miles

Juan Carlos Garrido dijo...

La felicidad (siempre moderada, sin pasarse) es una actitud vital, un modo de enfrentarnos a los guijarros que la vida nos deja en el camino.

Un abrazo.

Verdial dijo...

Para estás equivocado. Yo ya te he dicho en otras ocasiones cuando escribes y nos cuentas tus vivencias y pensamientos que me siento totalmente identificada contigo.
También yo tengo 55 años y mi infancia, entorno familiar y posición social han sido como la tuya, he crecido con la educación inculcada por mis padres en el respeto a los mayores y la solidaridad con el necesitado, recibí mis estudios con el esfuerzo de mis padres y los trabajos que he tenido los he tenido que superar por mi misma, además entregando todo el sueldo en casa (hasta que me casé, claro).
Lo que más me indigna es que años después vivimos una situación social que nos hizo subir a las nubes a la par que subía nuestro poder adquisitivo, y como bien dices, lo hemos perdido todo porque nos hemos dormido en los laureles creyendo que todo era jauja. Eso es lo que hemos conseguido dejando escapar todo el poder que en aquel entonces teníamos en nuestras manos: fuerza y juventud.
Ahora ya no es hora de lamentarse, sino de coger el toro por los cuernos y levantar la voz para que se nos escuche.

Un abrazo Rafael.

trianatrinidad dijo...

Tema complejo, sin duda, amigo Fali.Es verdaderamente triste que tengamos que rivalizar nuestros jovenes con los de nuestra quinta, con cual de las dos generaciones lo tuvo o tiene más jodido, o si nuestra vida fue más dificil que la de ellos o viceversa.Creo que hoy lo tienen verdaderamente mal, pero no se deben quedar lamentandose, porque deben de luchar para cambiar todo lo nefasto de esta sociedad, ahora es su momento.Por otro lado en los ultimos parrafos tienes toda la razón, nos creamos, o nos crean, una serie de necesidades insulsas, de objtivos tan soberbios, de ambiciones desmesuradas, que los que caen en la trampa acaban totalmente angustiados y al borde de la depresión, cuando lo que vale realmente la pena, lo que de verdad nos hace felices, se encierra en los pequeños momentos, en las cosas sencillas.Gran entrada amigo Fali, un abrazo.

Bernardo Romero dijo...

Amen.
Firmado: un admirador, el Bernardo Romero.

Naranjito dijo...

Estimado D. Rafaé: Comparto casi todo lo que escribes ( por cierto, hechaba de menos tus fantásticos ladrillos), será porque esa generación de la que hablas, esa generación que ha perdido y ha ganado tanto, se mira mucho en nuestros hijos. A lo mejor es porque miramos lo que nuestros padres hicieron por nosotros. Yo tengo esperanza, amigo Rafael, miro la generación de mis hijos, y en su entorno más cercano, y creo que son distintos a nosotros; ¿distintos?, creo que tienen poca diferencia en el fondo. Siguen luchando, de otra manera, pero siguen luchando y afortunadamente nosotros tenemos gran culpa de ello.
Un estrechón de manos.

Caifas de Triana dijo...

Pues estoy, como de costumbre, completamente de acuerdo con lo escrito por V.M.
A lo mejor, los equivocados, somos los que hemos pasado la crisis de los setenta... (Cómo podríamos explicar a algunos chavales a los que por cierto se lo hemos dado todo hecho y con cubiertitos de plata fina) que lo de los estudios, sólo por mencionar un tema, para nosotros era algo impensable...
Para los que nacimos a mediados del siglo XX, todo fue miel sobre hojuelas.... (Por los cojones...)
Lo nuestro era cumplir rápido la edad, para que te firmaran el triptico y ¡hala! a trabajar para poder ayudar a papá y a mamá a llevar la casa...
Papá que trabajaba en Hytasa, con un sueldo de miseria y de hambre... Y tenía un segundo trabajo y a veces hasta un tercero...
Viviendo en un pequeño partidito, (Me niego a explicarle a estos jovencitos los que es un partidito), de alquiler en el barrio de San Bernardo, en una casa que ya por entonces tenía más de cien años y varias riadas a cuestas... Sin comodidades hoy tan habituales como un simple cuarto de baño...
con cocina de petroleo y/o carbón y a la hora del crudo invierno, una copa de cisco y picón para los mas afortunados...
Pues si, querido amigo, no me quiero extender...
NOS HEMOS EQUIVOCADO...
Reciba un respetuoso saludo.

Antonio Salés Trillo.

AdP dijo...

Por lo que llevo observado, puedo decir que está muy extendida la práctica de crearse nuevas necesidades cuando se han cubierto las primordiales, o, en su defecto, cuando están relativamente bien cubiertas. En parte, ésto es lo que nos impulsa a avanzar. El problema viene cuando esas necesidades que nos vamos creando no pasan de la mera superficialidad (o cuando pecamos de utópicos y nos proponemos a nosotros mismos metas cuasi inalcanzables). Si además no podemos cubrirlas podemos llegar a sumirnos en un estado depresivo-inconformista perpetuo que, por decirlo de alguna manera, nos deja apáticos y con una mala leñe continua.

Creo que todo esto se puede llevar de mejor manera si somos un poquito más realistas y tenemos claras nuestras prioridades, desechando lo accesorio de una hipotética lista de metas o fines a los que aspirar.

En cuanto a lo del esfuerzo, pues sí, se aprecia y se valora mucho más lo que ha costado mucho trabajo conseguir, aunque objetivamente no se trate más que de nimiedades; que no digo que todas las cosas lo sean, sólo que aunque algunas sí puedan calificarse de esta manera.

Al menos, esa es la impresión que saco desde mi posición, quizás en el punto de inflexión entre las generaciones que no tenían nada y aquellas a la que se lo han dado todo.

Saludos.

María dijo...

Descubro tu blog a través del de Verdial, y me quedo entre tus letras, con tu permiso.

Saludos.