Después de contar en una entrada anterior como decidimos ir el primer año de peregrino con Sevilla y como lo llevamos a cabo, creo que tengo obligación de hablar de una persona que siempre me admiró por su forma de entender el Rocío.
Esa persona era una señora de cierta edad, menudita, mal hablada, y con una imagen personal que a mi me recordaba mucho a las mujeres con las que me había criado en la casa de vecinos donde viví mi niñez. No se vestía de flamenca, ni con bata rociera, se vestía con unas batitas, o bambos creo que les decían en mi niñez, de flores y colores muy vivos, y se calzaba con unos botines de deporte. Su peinado siempre era un moño bajo o bien una cola de caballo y su pelo no conocía de tintes y, por lo tanto, era de un color indeterminado mezclado con muchas canas.
Todo su ajuar viajaba en una carreta de bueyes en la que cobijaba y daba participación a una buena tanda de rocieros. Estos cambiaban casi todos los años pues su organización no permitía ningún lujo ni comodidad e iban lo menos ocho o nueve personas con lo cual la “afición” tenía que ser verdadera para perdurar. Tenía a tres compañeros fijos: Paloma, que es una madrileña de Pinto que aún viene algunos años al camino; Manolo “el peluquero”, del que llegué a hacerme muy amigo y compartimos muy buenos ratos de rocío; y Paquito, que era ya entonces una persona de cierta edad pero que sigue estando en el tajo de ir todos los años. Paquito junto con Ana Arce son sus legítimos herederos de la organización.
Lo tenía todo perfectamente organizado y no llegué nunca a descubrir cual era el secreto de su funcionamiento pues desde que los bueyes daban el primer tirón en la plaza del Salvador ella iba agarrada a la barra de atrás de la carreta en la esquina izquierda. No se separaba por nada del mundo de la carreta hasta que “el Cani” le echaba los mozos para desenganchar en las paradas.
No se preocupaba, de si misma, de nada más que de caminar detrás de Ella y si no estábamos pendiente de llevarle agua, algo de comida o un cubatita o cervecita de vez en cuando, ni comía ni bebía hasta la parada.
Una vez que llegaba a la parada la carreta del Simpecado y se calzaba y empezaban a desenganchar , ella se iba entonces a su carreta y preparaba la comida para los que peregrinaban en su organización, después recogía los trastos y se sentaba un ratito en la butaca de camping que llevaba para dormir. Al primer cohetazo de diana, fuera por la mañana o en el sesteo, ya estaba agarrada a la barra de la carreta la primera, cualquiera le quitaba el sitio. Esto anterior era así si no tocaba cambiar las flores de la carreta porque si se “vestía” la carreta de nuevo, ella estaba allí colaborando y ayudando en lo que le pidieran.
Antes he dicho que no se separaba de la carreta y no es del todo cierto. Cuando caminábamos por la raya real, a la altura del cauce del arroyo que está terciando el camino, siempre desaparecía, nunca dejaba que fuera nadie con ella, perdiéndose por la linde izquierda, en el sentido Villamanrique a Palacio, y cuando aparecía de nuevo venía de barro como si hubiese estado revolcándose en él pero traía unos ramos de lirios impresionantes que ponía a los pies de su Virgen Chiquitita. También buscaba romero fresco todos los días para la carreta. Nunca nos dijo de dónde cogía los lirios, y nosotros que muchas veces nos adentramos por donde ella lo hacía, lo máximo que encontrábamos eran cuatro o cinco que nos daba vergüenza hasta enseñarlos.
Económicamente andaba mal, y tuvo que ponerse a trabajar en su vejez en el hoy famoso bar Eme. Sus compañeros de organización no le llevaban mucha ventaja en este sentido pero la verdad es que pasaban unos rocíos de categoría. Siempre mientras vivió y camino hacía Ella, coincidiendo con mi organización, acampábamos juntos y le gustaba participar en todos los cachondeos y saraos que se montaban principalmente por las noches. Era cariñosa con todos y disfrutaba bautizando nuevos rocieros al cruzar el vado del Quema. Yo tuve el honor de haber sido bautizado por ella en mi primer camino.
Esta mujer endeble físicamente, pero fuerte de espíritu y gran Rociera era conocida en la Hermandad del Rocío de Sevilla como Carmen la Peregrina. Estoy seguro que la Virgen del Rocío la tiene con Ella en las marismas azules que se encuentran en el cielo.
Os ruego me acompañéis y recéis conmigo:
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia.
Vida, dulzura y esperanza nuestra.
Dios te salve.....
Hasta otra entrada, que el Espíritu Santo esté ya en nosotros.
Esa persona era una señora de cierta edad, menudita, mal hablada, y con una imagen personal que a mi me recordaba mucho a las mujeres con las que me había criado en la casa de vecinos donde viví mi niñez. No se vestía de flamenca, ni con bata rociera, se vestía con unas batitas, o bambos creo que les decían en mi niñez, de flores y colores muy vivos, y se calzaba con unos botines de deporte. Su peinado siempre era un moño bajo o bien una cola de caballo y su pelo no conocía de tintes y, por lo tanto, era de un color indeterminado mezclado con muchas canas.
Todo su ajuar viajaba en una carreta de bueyes en la que cobijaba y daba participación a una buena tanda de rocieros. Estos cambiaban casi todos los años pues su organización no permitía ningún lujo ni comodidad e iban lo menos ocho o nueve personas con lo cual la “afición” tenía que ser verdadera para perdurar. Tenía a tres compañeros fijos: Paloma, que es una madrileña de Pinto que aún viene algunos años al camino; Manolo “el peluquero”, del que llegué a hacerme muy amigo y compartimos muy buenos ratos de rocío; y Paquito, que era ya entonces una persona de cierta edad pero que sigue estando en el tajo de ir todos los años. Paquito junto con Ana Arce son sus legítimos herederos de la organización.
Lo tenía todo perfectamente organizado y no llegué nunca a descubrir cual era el secreto de su funcionamiento pues desde que los bueyes daban el primer tirón en la plaza del Salvador ella iba agarrada a la barra de atrás de la carreta en la esquina izquierda. No se separaba por nada del mundo de la carreta hasta que “el Cani” le echaba los mozos para desenganchar en las paradas.
No se preocupaba, de si misma, de nada más que de caminar detrás de Ella y si no estábamos pendiente de llevarle agua, algo de comida o un cubatita o cervecita de vez en cuando, ni comía ni bebía hasta la parada.
Una vez que llegaba a la parada la carreta del Simpecado y se calzaba y empezaban a desenganchar , ella se iba entonces a su carreta y preparaba la comida para los que peregrinaban en su organización, después recogía los trastos y se sentaba un ratito en la butaca de camping que llevaba para dormir. Al primer cohetazo de diana, fuera por la mañana o en el sesteo, ya estaba agarrada a la barra de la carreta la primera, cualquiera le quitaba el sitio. Esto anterior era así si no tocaba cambiar las flores de la carreta porque si se “vestía” la carreta de nuevo, ella estaba allí colaborando y ayudando en lo que le pidieran.
Antes he dicho que no se separaba de la carreta y no es del todo cierto. Cuando caminábamos por la raya real, a la altura del cauce del arroyo que está terciando el camino, siempre desaparecía, nunca dejaba que fuera nadie con ella, perdiéndose por la linde izquierda, en el sentido Villamanrique a Palacio, y cuando aparecía de nuevo venía de barro como si hubiese estado revolcándose en él pero traía unos ramos de lirios impresionantes que ponía a los pies de su Virgen Chiquitita. También buscaba romero fresco todos los días para la carreta. Nunca nos dijo de dónde cogía los lirios, y nosotros que muchas veces nos adentramos por donde ella lo hacía, lo máximo que encontrábamos eran cuatro o cinco que nos daba vergüenza hasta enseñarlos.
Económicamente andaba mal, y tuvo que ponerse a trabajar en su vejez en el hoy famoso bar Eme. Sus compañeros de organización no le llevaban mucha ventaja en este sentido pero la verdad es que pasaban unos rocíos de categoría. Siempre mientras vivió y camino hacía Ella, coincidiendo con mi organización, acampábamos juntos y le gustaba participar en todos los cachondeos y saraos que se montaban principalmente por las noches. Era cariñosa con todos y disfrutaba bautizando nuevos rocieros al cruzar el vado del Quema. Yo tuve el honor de haber sido bautizado por ella en mi primer camino.
Esta mujer endeble físicamente, pero fuerte de espíritu y gran Rociera era conocida en la Hermandad del Rocío de Sevilla como Carmen la Peregrina. Estoy seguro que la Virgen del Rocío la tiene con Ella en las marismas azules que se encuentran en el cielo.
Os ruego me acompañéis y recéis conmigo:
Dios te salve, Reina y Madre de misericordia.
Vida, dulzura y esperanza nuestra.
Dios te salve.....
Hasta otra entrada, que el Espíritu Santo esté ya en nosotros.
2 comentarios:
Esta Sra. Carmen "La Peregrina", vivia en la calle Gallos, 32. (esta casa al poco de morir Carmen la derribaron e hicieron otra nueva, que lo que conserva de aquella casa primitiva es la cancela), se dedicaba algunas veces bien a la cria de canarios o bien a la cria de perros pero de la raza caniche. Murió atropellada por un coche en la calle Recaredo, al cruzar dicha calle. Alberto.
Estás en lo cierto. Esta señora que dices es a quien me refiero.
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