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31 ago 2010

¡VUELTA AL COLE!

Cuando llegaban estas fechas, todos los años, empezaban sus tribulaciones en la edad que media desde los siete a los trece años.
Le costaba trabajo levantarse para ir al colegio. No lo entendía, pues las tareas a las que allí se enfrentaba le gustaban. Unas más y otras menos, indudablemente, pero no quería creerse que el verdadero motivo de su desgana y desidia fuese que no le gustase el colegio.
Tampoco los compañeros, ni las actitudes de éstos, eran merecedores de provocar tal desgana, aunque, la verdad sea dicha, algunos de ellos se las traían y llevaban por peteneras.
Sentía no poder explicarle a su madre, cuando ésta le preguntaba, que le pasaba. La verdad es que ni él mismo lo sabía.
No llegó nunca a saberlo y así pasaron un buen número de años de su juventud. Sí estaba seguro de que, en el colegio que había estado en su niñez, no había padecido ese sentimiento. También, le dio mucho que pensar, que cuando superó las pruebas de ingreso a bachiller y pasó a un Instituto público, esa sensación de desasosiego desapareció por completo.
Había pasado su oportunidad de estudiar. De eso sí se convenció, ya que le gustaba a lo que se enfrentaba; pero no tenía la base suficiente para aprovechar los conocimientos que, como una catarata, se le venían encima en esa nueva etapa. Abandonó. Como tantos otros que había conocido y que fueron sus compañeros. Ninguno llegó a nada en el apartado académico y eso que algunos eran inteligentes y como él, asimismo, ponían su máximo empeño pero sin conseguir resultados. Eran el fracaso de un sector de aquella generación, que habían caído en las garras de un sistema deplorable.
Pasaron los años y, como era una persona a la que le gustaba recordar y revivir situaciones de su pasado, empezó a tener nociones e ideas del verdadero motivo de esa desazón que tantos años padeció en su juventud y que tan mal le hizo sentir en aquellos años que deberían haber sido de atronadora felicidad.
El desencadenante final de la liberalización de esa situación, surgió como del rayo en una tarde de conversación y café con su amigo el cura Jacinto. En un momento de la charla, Jacinto le dijo, o más bien le recriminó, no entender el por qué de la pantalla que había entre el clero y él, entre las congregaciones religiosas y él. Ahí fue, en ese momento, cuando se sorprendió respondiéndole: si fuese por el trato que yo he recibido de los curas o de la congregación religiosa que mantenía mi colegio, te puedo asegurar que no podría pasar ni por la puerta de una iglesia.
Allí estaba, en aquella respuesta descubrió lo que tantos años le había dado la pereza, el tormento y la apatía de aprovechar los mejores años de su juventud y de, lo más penoso, desaprovechar la posibilidad de conseguir una buena formación escolar.
Se le vinieron, como de otra realidad, las imágenes agolpadas de las humillaciones, las represiones, las inmoralidades que habían vivido en aquel colegio de curas. Curas que pensaban que Dios quería más a los chavales que vestían babis rayados. Curas que creían que unos niños tenían más derecho al juego que otros en función del dinero de sus padres. Curas que no permitían que unos niños pobres se acercaran a recibir a Jesús Sacramentado hasta haberlo hecho el último de los que pagaban. Curas simoníacos. Curas que, en definitiva, falsificaban un “dios” que ellos decían amar. Y que en ese “dios” falso y de oropel habían volcado todas sus frustraciones, todos sus odios, todos sus miedos y sus resentimientos, en definitiva toda su soberbia e iniquidad.
Que tranquilidad de ánimo le invadió, y que descanso ante la responsabilidad que siempre había sufrido ante sus padres por no haber aprovechado las pocas oportunidades que le pudieron ofrecer de enseñanza, que paz por saber lo que había empañado tantos años de una niñez que en otros tantos asuntos era felizmente fructífera.
Al fin se sentía tranquilo consigo mismo.

9 comentarios:

trianatrinidad dijo...

Hola amigo FALI.Es triste lo que cuentas, y sonandome a autobiográfico más aún, porque te tengo aprecio.Mi mujer, que estudío en un colegio de monjas, tambíen salío bastante rebotada, aunque en los ultimos años parece que se acerca más a Jesús, que no a los religiosos/as.Un abrazo.

AdP dijo...

Siempre ha sido así, y seguirá siéndolo. Escuece ver tan clara ante ti esa idea por primera vez. Después se siguen viendo cosas que van dejando sus marcas y sus vacíos. Pero ya es tarde, ya nada tiene arreglo.

Saludos.

LEONORCITA dijo...

Qué pena que se truncase tu camino, pero sabrás que nunca es tarde si la dicha es buena y, si tienes una espinita en tu corazoncito........SACATELA.

Besitos............Leo

Juan Carlos Garrido dijo...

Falta hacía que volvieran a echar a latigazos a los mercaderes del templo.

Saludos.

impresiones de una tortuga dijo...

Me identifico tanto....mís desgracias infantiles fueron las monjas. Fijate, que casi coincidimos en la entrada de hoy, pero me has animado, lo contaré. Saludos.

Naranjito dijo...

Hay muchos como el protagonista de tu relato. Aunque sus colegios eran públicos y no religiosos. Pero despues la madurez nos hace mas sensatos.
Saludos.

Juanma dijo...

Una vez más, querido Rafael, muy valiente con tu entrada. Pedazo de entrada, amigo, me la he leído del tirón. Por fortuna, sin reconocerme en ella...no pasé yo por esos lugares.

Un fuerte abrazo.

@ManoloRL dijo...

Hoy, como ayer...
Un abrazo.
Manolo

Lola Montalvo dijo...

Fuerte es saber que suceden estas cosas... ahora pasan, pero de otra forma y el dinero sigue siendo un gran acicate para estas cuestiones. Gran entrada, Rafael y muy bien narrada. Besos miles