Ayer, leyendo la entrada de Verdial, maravillosa como siempre, me vino a la memoria como era mi hogar de niño y no me pude reprimir el comenzar a escribir tal como lo recuerdo para colgarlo en el blog.
Era humilde, sí, quizá más que humilde; consistía en una habitación de la casa de vecinos, que era propiedad del dueño de los Almacenes 7 Puertas y estaba situada en el nº 3 de la calle Golfos. Yo la veía entonces muy grande, más no creo que midiera por encima de seis por seis, lo que hacían en realidad la friolera de unos treinta y seis metros cuadrados donde vivíamos los cinco que componíamos la familia.
Antes de entrar en la misma, en un cubículo ganado a los bajos del corredor que distribuía la entrada a las habitaciones de la planta de arriba, por medio de un tabique que servía de separación de un gran patio, se encontraba la cocina. Ésta, estaba compuesta por dos poyos, uno a la izquierda que era un poco mayor y que soportaba encima un cubo de cinc con agua siempre limpia para los usos propios y un lebrillo vidriado que hacía las veces de fregadero, también había colgado una especie de platero de madera donde estaban colocados los vasos y platos de uso diario. Bajo aquel poyo mi madre guardaba un cajón donde había frecuentemente patatas, cebollas, ajos y algún vegetal más; un cubo para la basura y en un entrepaño cacerolas, ollas y sartenes o peroles como se le llamaba entonces. En el otro, había una cocina de carbón que no se usaba pues, durante muchos años, mi madre cocinó en un infernillo de petróleo y ya en los últimos años recuerdo una cocina de sobremesa de gas butano.
La cocina estaba presidida siempre por un almanaque de mantecados el Mesías con la imagen de Nª. Sª. de la Esperanza Macarena que colgaba debajo de un punto de luz y del contador de la electricidad.
Para entrar en la habitación había que hacerlo a través de la que recuerdo como una gran puerta, no tenía menos de dos metros de ancho por, quizá, más de dos y medio de alto. Ante esta gran puerta, mi padre había colocado otra de dos hojas con cristales que permitía mantener la grande abierta sin que se escapase el calor en invierno y permitía también que tuviese mucha luz en las horas del día. Tras estas puertas había colocada una cortina que en verano daba penumbra y frescor e intimidad en ciertas ocasiones. En el dintel de esta puerta, que era abovedada, mi padre había colocado una tabla en el que mi madre guardaba las mantas en verano y una gran cantidad de cajas que entonces eran de madera con enseres.
Una vez dentro, a la izquierda, estaba una máquina de coser Alfa de la que nunca supe bastante su utilidad pues, mi madre, no recuerdo que nos hiciese ropa a ninguno de nosotros ni para ella tampoco. Tenía una cubierta de madera a modo de tumbilla y por abajo estaba rodeada de una cortinilla que ocultaba la canasta de la costura. A sus lados había colocada dos sillas y ya en los últimos años, recuerdo que arriba de ella, se colocó una repisa con su paño de crochet que daba soporte al televisor Emerson, modelo Dakota, y su correspondiente estabilizador de corriente con sus luces roja y amarilla.
Siguiendo por la izquierda había una alacena con puertas de cristales y visillos con motivos frutales. En la parte baja, creo que para buscar el fresco que proporcionaba la humedad, guardaba mi madre una canasta con fruta y en muchas ocasiones nueces, castañas, avellanas, higos, etc. que enviaba mi tía Catalina desde Alosno donde vivía. En muchas ocasiones recuerdo buenas cajas de gurumelos, ¡quién los cogiera ahora! En el estante central había una talega con pan, azucarero, avíos para el café, paquetes de galletas compradas en la Casa de las Galletas, en la Plaza del Pan, turrón y mantecados cuando era la época; también allí estaban los cubiertos y aquel estante siempre estuvo rodeado de platos que mi madre sólo usaba en grandes ocasiones o para atender a visitas. En la parte alta se colgaban chacinas y fiambres que mi padre solía traer en muchas ocasiones cuando tenía “chapuces” y por tanto ingresos extras o porqué también venían de Alosno o Carmona enviados por mis tías o abuela Dolores.
A la derecha de la alacena, y en el rincón que se formaba con el otro testero, había situado un lavabo colocado en un mueble de hierro en el que siempre había colocada una pastilla de jabón Lux, La Toja o Magno, una jofaina de agua fresca y dos toallas en los costados siempre blancas. Abajo del lavabo un cubo para el desagüe del mismo y arriba un espejo cuadrado y un anaquel de cristal donde mi padre colocaba la brocha, la barra de jabón y la maquinilla de afeitar. Esta maquinilla se abría por arriba girando el asta de la misma y alojaba hojas de afeitar de las Tres Letras (MSA) Acanalada. ¡Que buenos afeitados me pegaba cuando cogía algún despiste!, aunque sin hoja ¡eh!, que no tenía edad aún. Recuerdo un vaso con cepillos de dientes y tubo de pasta que entonces no era cosa habitual ver, la verdad es que recuerdo que yo le pegaba el regate siempre que podía pues entre lo dura que era la cerda de los mismos y lo fuerte del sabor de la pasta no era muy agradable la operación de la higiene bucal.
Mas a la derecha había una gran cómoda de caoba, con cuatro cajones y secreter y tapa de mármol. Esta cómoda aún está en uso por mi prima Gracia en Carmona y la verdad es que es una preciosidad. En ella guardaba mi madre las ropas de cama, chalecos, toallas y cuando se aproximaban los Reyes Magos los regalos pues a ninguno de nosotros se nos ocurría tocar en ella sin el permiso de la “jefa”. Encima de la cómoda siempre había una bandeja que portaba una jarra grande de cristal con agua y dos vasos que era de donde bebíamos todos. También había una cajita negra que mi madre decía era de los coloretes, una caja de polvos Myrurgía, un bote de colonia Heno de Pravia de litro, un bote mediano de Varón Dandy de mi padre y un bote de Maderas de Oriente que causaba en mi misterio que no entendía cómo se podía haber metido allí dentro los dos palitos que no cabían por el bujero que tenía el bote. También a modo de capilla cohabitaban gran cantidad de estampas y fotos de Santos e Imágenes de Vírgenes siempre presidida por la Virgen de los Reyes de la que mi madre era muy devota o más bien fan. Yuyu me daba cuando en el mes de noviembre se alumbraban aquellas estampas y los recordatorios de los difuntos del año que se hacía poniendo unas mariposas en una taza de aceite y maldita la gracia que me hacía, y buenos guantazos me llevaba de mi madre por apagar las llamas en el momento que podía.
Aquel testero se terminaba de ocupar con una cama grande de madera con colchón de lana que con el paso del tiempo pasó a ser metálica niquelada con colchón de muelles. Que grande me parecía aquella cama, dónde algunos domingos cabíamos los cinco entre bromas y apretujones. La cama tenía en su cabecera un niño Jesús que nunca me agradó mucho pues tenía cara de mamón vestido con una túnica rosa y abrazado a una cruz con el brazo derecho pasado por el crucero de la misma. Esta figura en algún momento se partió, o no sé qué le pasó, pero fue sustituida por una lámina de la Virgen con el Niño de Rafael. Este cuadro aún está en casa de mi hermana Carmen y la verdad es que me da siempre mucha alegría verlo.
A la derecha de la cama, ya en el otro testero, había una gran mesita de noche con dos cajones y que, sobre otro paño de crochet portaba una radio de cretona que posteriormente pasó a ser un Invicta. Recuerdo que sobre las diez y media de la noche, poco más o menos, se apagaba el televisor y se encendía la radio para escuchar ya acostados los grandes programas que había entonces: Ustedes son Formidables, Operación Caravana o Conozca Usted a su Vecino creo recordar que eran.
Más a la derecha había un ropero grande de madera que tenía dos puertas y una luna de cristal grande en el centro. Siempre encima de este ropero había unas cajas metálicas y labradas que contenían recuerdos, fotos y otros enseres pocos usados y que era una “fiesta” cuando mi madre bajaba alguna y empezábamos a registrar en ella en busca de tesoros imaginarios. Nunca llegué a saber porqué había encima del ropero una ardilla de goma que en algún momento debió ser juguete de una de mis hermanas o mío propio, pero la verdad es que nunca recordé haber jugado con ella.
A la derecha del ropero, en el otro rincón, estaba una cama de tubos azules con colchón de muelles dónde dormían mis dos hermanas.
A los pies de ésta había una nevera de hielo que posteriormente fue sustituida por un frigorífico, encima de éste si había un torito como de terciopelo y del que tampoco nunca le encontré motivo indudablemente con su correspondiente pañito. Tras el mismo había una ventana que comunicaba con el pasillo que daba paso a la escalera de subida a la otra planta. Sólo se podía abrir una hoja de aquella ventana y por allí entraban los magníficos olores que proporcionaba la cocina de nuestra vecina Rosarito, que aprovechaba el hueco de escaleras para usarlo de cocina. Esta señora siempre fue hasta su jubilación cocinera en casas de ricos y su marido Antonio hacía de chofer, de esas mismas familias, como entonces se decía. Eran maravillosos los guisos que hacía y sobre todo los dulces y friturillas de todo tipo que en aquellos tiempos nos sorprendían.
Ya en el hueco que quedaba hasta la puerta se encontraba una cama de consola que se habría todas las noches y que es donde yo dormía. Una vez abierta esta cama no era posible abrir del todo la puerta grande y sólo dejaba un hueco por el que se podía entrar y salir pero con mucha dificultad.
Completaba el mobiliario una gran mesa en el centro de la habitación y estaba rodeada por cuatro sillas. Esta mesa era de patas redondas torneadas y colgaba de sus laterales unas especie de faldones tallados, en invierno se vestía con una ropa y se habilitaba una tarima donde se encajaba el brasero de cisco que servía de calefacción.
Esta mesa fue la herramienta necesaria para mi inicio costaleril y había que buscar ayuda para sacarla pues yo solo me veía negro para moverla. Tenía un tratamiento en invierno con sus enaguas a modo de faldones y en las otras épocas del año la imagen era de mudá o de desarma y por lo tanto no había que esmerarse tanto en las mecidas y levantas.
Sobre esta mesa alumbraba la estancia una lámpara con tres brazos y unas tulipas de cristal con forma de tulipán que posteriormente fue cambiada por una de estas que sube y baja con un contrapeso y que son parecidas a las que se usan sobre las mesas de billar, hoy suena friki pero es lo que se solía ver por todas las casas.
No creo que seáis muchos los que habéis sido capaces de tragaros el pedazo de ladrillo que me ha salido, pero a mi me ha merecido la pena ya que he revivido situaciones placenteras de niño que seguro aumentarán mi bienestar y autoestima. También, he ido recordando situaciones de otros vecinos que compartieron aquellos felices años de juventud. Para que os hagáis una idea del tiempo de aquella casa nos desahuciaron el 29 de enero del año 1969, parece que ha pasado toda una vida, pero realmente fue ayer mismo.
Besos y abrazos, hasta otra.
Era humilde, sí, quizá más que humilde; consistía en una habitación de la casa de vecinos, que era propiedad del dueño de los Almacenes 7 Puertas y estaba situada en el nº 3 de la calle Golfos. Yo la veía entonces muy grande, más no creo que midiera por encima de seis por seis, lo que hacían en realidad la friolera de unos treinta y seis metros cuadrados donde vivíamos los cinco que componíamos la familia.
Antes de entrar en la misma, en un cubículo ganado a los bajos del corredor que distribuía la entrada a las habitaciones de la planta de arriba, por medio de un tabique que servía de separación de un gran patio, se encontraba la cocina. Ésta, estaba compuesta por dos poyos, uno a la izquierda que era un poco mayor y que soportaba encima un cubo de cinc con agua siempre limpia para los usos propios y un lebrillo vidriado que hacía las veces de fregadero, también había colgado una especie de platero de madera donde estaban colocados los vasos y platos de uso diario. Bajo aquel poyo mi madre guardaba un cajón donde había frecuentemente patatas, cebollas, ajos y algún vegetal más; un cubo para la basura y en un entrepaño cacerolas, ollas y sartenes o peroles como se le llamaba entonces. En el otro, había una cocina de carbón que no se usaba pues, durante muchos años, mi madre cocinó en un infernillo de petróleo y ya en los últimos años recuerdo una cocina de sobremesa de gas butano.
La cocina estaba presidida siempre por un almanaque de mantecados el Mesías con la imagen de Nª. Sª. de la Esperanza Macarena que colgaba debajo de un punto de luz y del contador de la electricidad.
Para entrar en la habitación había que hacerlo a través de la que recuerdo como una gran puerta, no tenía menos de dos metros de ancho por, quizá, más de dos y medio de alto. Ante esta gran puerta, mi padre había colocado otra de dos hojas con cristales que permitía mantener la grande abierta sin que se escapase el calor en invierno y permitía también que tuviese mucha luz en las horas del día. Tras estas puertas había colocada una cortina que en verano daba penumbra y frescor e intimidad en ciertas ocasiones. En el dintel de esta puerta, que era abovedada, mi padre había colocado una tabla en el que mi madre guardaba las mantas en verano y una gran cantidad de cajas que entonces eran de madera con enseres.
Una vez dentro, a la izquierda, estaba una máquina de coser Alfa de la que nunca supe bastante su utilidad pues, mi madre, no recuerdo que nos hiciese ropa a ninguno de nosotros ni para ella tampoco. Tenía una cubierta de madera a modo de tumbilla y por abajo estaba rodeada de una cortinilla que ocultaba la canasta de la costura. A sus lados había colocada dos sillas y ya en los últimos años, recuerdo que arriba de ella, se colocó una repisa con su paño de crochet que daba soporte al televisor Emerson, modelo Dakota, y su correspondiente estabilizador de corriente con sus luces roja y amarilla.
Siguiendo por la izquierda había una alacena con puertas de cristales y visillos con motivos frutales. En la parte baja, creo que para buscar el fresco que proporcionaba la humedad, guardaba mi madre una canasta con fruta y en muchas ocasiones nueces, castañas, avellanas, higos, etc. que enviaba mi tía Catalina desde Alosno donde vivía. En muchas ocasiones recuerdo buenas cajas de gurumelos, ¡quién los cogiera ahora! En el estante central había una talega con pan, azucarero, avíos para el café, paquetes de galletas compradas en la Casa de las Galletas, en la Plaza del Pan, turrón y mantecados cuando era la época; también allí estaban los cubiertos y aquel estante siempre estuvo rodeado de platos que mi madre sólo usaba en grandes ocasiones o para atender a visitas. En la parte alta se colgaban chacinas y fiambres que mi padre solía traer en muchas ocasiones cuando tenía “chapuces” y por tanto ingresos extras o porqué también venían de Alosno o Carmona enviados por mis tías o abuela Dolores.
A la derecha de la alacena, y en el rincón que se formaba con el otro testero, había situado un lavabo colocado en un mueble de hierro en el que siempre había colocada una pastilla de jabón Lux, La Toja o Magno, una jofaina de agua fresca y dos toallas en los costados siempre blancas. Abajo del lavabo un cubo para el desagüe del mismo y arriba un espejo cuadrado y un anaquel de cristal donde mi padre colocaba la brocha, la barra de jabón y la maquinilla de afeitar. Esta maquinilla se abría por arriba girando el asta de la misma y alojaba hojas de afeitar de las Tres Letras (MSA) Acanalada. ¡Que buenos afeitados me pegaba cuando cogía algún despiste!, aunque sin hoja ¡eh!, que no tenía edad aún. Recuerdo un vaso con cepillos de dientes y tubo de pasta que entonces no era cosa habitual ver, la verdad es que recuerdo que yo le pegaba el regate siempre que podía pues entre lo dura que era la cerda de los mismos y lo fuerte del sabor de la pasta no era muy agradable la operación de la higiene bucal.
Mas a la derecha había una gran cómoda de caoba, con cuatro cajones y secreter y tapa de mármol. Esta cómoda aún está en uso por mi prima Gracia en Carmona y la verdad es que es una preciosidad. En ella guardaba mi madre las ropas de cama, chalecos, toallas y cuando se aproximaban los Reyes Magos los regalos pues a ninguno de nosotros se nos ocurría tocar en ella sin el permiso de la “jefa”. Encima de la cómoda siempre había una bandeja que portaba una jarra grande de cristal con agua y dos vasos que era de donde bebíamos todos. También había una cajita negra que mi madre decía era de los coloretes, una caja de polvos Myrurgía, un bote de colonia Heno de Pravia de litro, un bote mediano de Varón Dandy de mi padre y un bote de Maderas de Oriente que causaba en mi misterio que no entendía cómo se podía haber metido allí dentro los dos palitos que no cabían por el bujero que tenía el bote. También a modo de capilla cohabitaban gran cantidad de estampas y fotos de Santos e Imágenes de Vírgenes siempre presidida por la Virgen de los Reyes de la que mi madre era muy devota o más bien fan. Yuyu me daba cuando en el mes de noviembre se alumbraban aquellas estampas y los recordatorios de los difuntos del año que se hacía poniendo unas mariposas en una taza de aceite y maldita la gracia que me hacía, y buenos guantazos me llevaba de mi madre por apagar las llamas en el momento que podía.
Aquel testero se terminaba de ocupar con una cama grande de madera con colchón de lana que con el paso del tiempo pasó a ser metálica niquelada con colchón de muelles. Que grande me parecía aquella cama, dónde algunos domingos cabíamos los cinco entre bromas y apretujones. La cama tenía en su cabecera un niño Jesús que nunca me agradó mucho pues tenía cara de mamón vestido con una túnica rosa y abrazado a una cruz con el brazo derecho pasado por el crucero de la misma. Esta figura en algún momento se partió, o no sé qué le pasó, pero fue sustituida por una lámina de la Virgen con el Niño de Rafael. Este cuadro aún está en casa de mi hermana Carmen y la verdad es que me da siempre mucha alegría verlo.
A la derecha de la cama, ya en el otro testero, había una gran mesita de noche con dos cajones y que, sobre otro paño de crochet portaba una radio de cretona que posteriormente pasó a ser un Invicta. Recuerdo que sobre las diez y media de la noche, poco más o menos, se apagaba el televisor y se encendía la radio para escuchar ya acostados los grandes programas que había entonces: Ustedes son Formidables, Operación Caravana o Conozca Usted a su Vecino creo recordar que eran.
Más a la derecha había un ropero grande de madera que tenía dos puertas y una luna de cristal grande en el centro. Siempre encima de este ropero había unas cajas metálicas y labradas que contenían recuerdos, fotos y otros enseres pocos usados y que era una “fiesta” cuando mi madre bajaba alguna y empezábamos a registrar en ella en busca de tesoros imaginarios. Nunca llegué a saber porqué había encima del ropero una ardilla de goma que en algún momento debió ser juguete de una de mis hermanas o mío propio, pero la verdad es que nunca recordé haber jugado con ella.
A la derecha del ropero, en el otro rincón, estaba una cama de tubos azules con colchón de muelles dónde dormían mis dos hermanas.
A los pies de ésta había una nevera de hielo que posteriormente fue sustituida por un frigorífico, encima de éste si había un torito como de terciopelo y del que tampoco nunca le encontré motivo indudablemente con su correspondiente pañito. Tras el mismo había una ventana que comunicaba con el pasillo que daba paso a la escalera de subida a la otra planta. Sólo se podía abrir una hoja de aquella ventana y por allí entraban los magníficos olores que proporcionaba la cocina de nuestra vecina Rosarito, que aprovechaba el hueco de escaleras para usarlo de cocina. Esta señora siempre fue hasta su jubilación cocinera en casas de ricos y su marido Antonio hacía de chofer, de esas mismas familias, como entonces se decía. Eran maravillosos los guisos que hacía y sobre todo los dulces y friturillas de todo tipo que en aquellos tiempos nos sorprendían.
Ya en el hueco que quedaba hasta la puerta se encontraba una cama de consola que se habría todas las noches y que es donde yo dormía. Una vez abierta esta cama no era posible abrir del todo la puerta grande y sólo dejaba un hueco por el que se podía entrar y salir pero con mucha dificultad.
Completaba el mobiliario una gran mesa en el centro de la habitación y estaba rodeada por cuatro sillas. Esta mesa era de patas redondas torneadas y colgaba de sus laterales unas especie de faldones tallados, en invierno se vestía con una ropa y se habilitaba una tarima donde se encajaba el brasero de cisco que servía de calefacción.
Esta mesa fue la herramienta necesaria para mi inicio costaleril y había que buscar ayuda para sacarla pues yo solo me veía negro para moverla. Tenía un tratamiento en invierno con sus enaguas a modo de faldones y en las otras épocas del año la imagen era de mudá o de desarma y por lo tanto no había que esmerarse tanto en las mecidas y levantas.
Sobre esta mesa alumbraba la estancia una lámpara con tres brazos y unas tulipas de cristal con forma de tulipán que posteriormente fue cambiada por una de estas que sube y baja con un contrapeso y que son parecidas a las que se usan sobre las mesas de billar, hoy suena friki pero es lo que se solía ver por todas las casas.
No creo que seáis muchos los que habéis sido capaces de tragaros el pedazo de ladrillo que me ha salido, pero a mi me ha merecido la pena ya que he revivido situaciones placenteras de niño que seguro aumentarán mi bienestar y autoestima. También, he ido recordando situaciones de otros vecinos que compartieron aquellos felices años de juventud. Para que os hagáis una idea del tiempo de aquella casa nos desahuciaron el 29 de enero del año 1969, parece que ha pasado toda una vida, pero realmente fue ayer mismo.
Besos y abrazos, hasta otra.
7 comentarios:
¿Esto es un ladrillo?. Has descrito, con las palabras de un tío que sabe, mi casa, mis recuerdos, joe tío me has hecho recordar aquellos años. Podría apuntarte unos cuantos aspecto de mi casa, perdón la tuya, que no has mencionado, pero, con poquita diferencia, esta es mi casa y la de toda una generación. Gracias, ahora sé que no soy un bicho raro, que somos muchos los que hemos vivido esto.
Aunque soy un poco más joven que tu hay muchas cosas que recuerdo de mi antigua casa que son iguales a las tuyas.
Y con esta entrada me has traido recuerdos que creía olvidados.
ás de uno y de dos podrán comprobar como se vivía antes con menos cosas y lo felices que éramos. Me ha encantado, besos
Con mucho gusto me lo he leído de cabo a rabo, miarma. Mi casa no es tan modesta, pero quién sabe si dentro de cuarenta años nos lo parecerá.
En otra lejana ciudad, allá por la Meseta, estaba mi casa. Era casi igual que la tuya de grande, un poco más quizá, para seis personas -llegamos a ser siete- un gato, dos canarios y muchas ganas de vivir. Me has recordado muchas cosas, muchas que estaban ahí, agazapadas, esperando que alguien las iluminara para darse a recordar. Mi casa y la tuya tenían muchas, muchas cosas en común...
Preciosa entrada, Rafael.
Pues no sabes como celebro que mi entrada te haya sacado este pedazo de ladrillo maravilloso, que me ha llevado a revivir (aunque yo siempre suelo hacerlo),a mi más tierna infancia y adolescencia. Mi casa era una casa particular de pueblo pero muy modesta, con lo sucinto para vivir, y el mobiliario y todos los objetos que has detallado son idénticos a los que había en mi casa.
Dios mío si lo he vivido todo al pie de la letra. Hasta lo de la cama de muebles.
Que tiempos tan felices a pesar de las estrecheces económicas que se vivían (al menos en mi caso). Se daba mucha más importancia a las relaciones humanas que a lo material; hoy casi todo eso se ha perdido.
Maravillosa entrada Rafael. Felicitaciones.
Un abrazo
Simplemente maravilloso. Me dispongo de inmediato a tragarme los otros dos ladrillos más recientes. A tu lado el de los cien años de soledad se queda en pañales. Estos son cien años de Soleá pero de Triana, de Alcalá y de donde quiera que se cante como vuesa mercé escribe. Ole tú, miarma, que eres un crack. Bueno, me voy al siguiente.
De ladrillo nada de nada, esto parece la serie de Cuentame pero un poco más actual. Resume las vivencias de una generación.
Besos...........Leonorcita
A la espera de otro ladrillaso
Publicar un comentario