Son muchos los días que me acuerdo de ti amigo. Por detalles;
en acciones de personas con las que trato; o por mil diversos motivos; pero hoy
con más razón.
Llegaste tarde a mi vida, aunque me dejaste una huella
indeleble y profunda. Y eso que no eras un dechado de agradabilidad aparente,
pues te gustaba aparentar y parecer un tanto “agrio” aunque después “las papas
del sentimiento” delataban tu humanidad en el brillo acuoso de los ojos.
Hoy me he acordado de ti por tu cabezonería. Por el placer
que te negaste de tener un nuevo amigo, en este caso amiga, peludo. Te entendía,
y así te lo dije, al saber que no querías asumir lo que suponía, contraías y
podía significar el dejarle a tu compañera la responsabilidad de su
mantenimiento y cuidado aún sin saber, entonces, lo rápido que te irías de
entre nosotros.
Hoy de nuevo te he sentido junto a mí protestando, como
tantas veces hacías porque tu ya para siempre “segundo”, y yo, te hacíamos ver
la sinrazón de tu actitud y cabezonería en ciertas decisiones que tomabas y que,
sin embargo, te acatábamos.
También te he sentido riendo y poniendo la cara de circunstancias
de cuando de verdad estabas a gusto. Y te sentías feliz en la adversidad
aparente; o cuando te besaba uno de los hijos de tus muchos sobrinos; o cuando
te hacían una “cabronada” uno de tus compadres del alma; o cuando te metías
conmigo, diciéndome maricona y prioste, porque te decía lo bonito que estaba un
Jacaranda en flor yendo, o viniendo, de camino a comernos unas manitas de cerdo
en la Ciudad Jardín.
Ni a soñar que te hubieras echado, hubieras sido capaz de
imaginar lo feliz que me he sentido participando en la búsqueda de una
compañera para tu compañera. Ya está en vuestra casa; y vuestra casa estaba
preparada para recibirla; y hará, seguramente, muchas trastadas; pero le
transmitirá la felicidad que solamente un perro feliz y sano es capaz de
proporcionarnos a los humanos.
Parece que te estaba viendo, esta tarde, en tu sillón, con
cara de circunstancias y muy serio, o simulándolo, pero deseando que todos nos
volviésemos o despistásemos para acariciar y achuchar a tu nueva inquilina. Eso
que te perdiste, cabezota, y no te lo afeo por entenderlo perfectamente. Sí
siento que no hayas podido ver la cara de felicidad y satisfacción de tu
compañera; igual que te has perdido la cara de felicidad de tu amigo de toda la
vida llevándola con la correa, desde su casa a la tuya, paseándola orgulloso
como un chiquillo de diez años.
En fin, amigo; que estoy feliz y necesitaba contártelo y
contárselo a los que te querían, te quieren y te seguirán queriendo y
recordando día a día. Los nombres no son necesarios, ¿para qué? Esto podría ser
una fábula; o un simple cuento de Navidad en el que uno de sus principales
protagonistas estuviera ausente, o fuese el amigo invisible tan de moda en
estos tiempos; aunque yo estoy seguro que es tan partícipe como cualquiera de
nosotros.
Perdón, siento que me equivoco. Sí creo que hay un nombre
importante, y es el de la principal protagonista de esta historia: KENIA.
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